logo
header-add

¿El principio del fin de los odiadores?

por Felipe León López
01-02-2021

Comparte en


 

Felipe León López

 

Vamos a recomendar la lectura del libro Contra El Odio, de Carolin Emcke, a quien libreros alemanes han otorgado el “premio de la paz”, porque, consideramos, es una revisión obligada para entender lo que sucede en nuestro país, y en el mundo, cuando el odio nos invade por todos los frentes, así como para decirnos que, a pesar de ello, hay salidas posibles.

 

Cierto, el tema del momento es la salida de Donald Trump de la presidencia de la principal potencia del mundo, desde donde propagó el odio racial y supremacista, pero sus bases sociales y redes de apoyo siguen presentes, activas, desafiándonos y desafiando a su país y, aunque absurdo, hay simpatizantes suyos en otras naciones. La expansión del discurso del odio desde el poder político es el mayor riesgo que enfrenta cualquier sociedad.

 

“El odio es siempre difuso. Con exactitud no se odia bien. La precisión traería consigo la sutileza, la mirada o la escucha atentas; la precisión traería consigo esa diferenciación que reconoce a cada persona como un ser humano con todas sus características e inclinaciones diversas y contradictorias. Sin embargo, una vez limados los bordes y convertidos los individuos, como tales, en algo irreconocible, solo quedan unos colectivos desdibujados como receptores del odio, y entonces se difama, se desprecia, se grita y se alborota a discreción: contra los judíos, las mujeres, los infieles, los negros, las lesbianas, los refugiados, los musulmanes, contra los conspiracionistas, pero también contra los Estados Unidos, los políticos, los países occidentales, los policías, los medios de comunicación, los intelectuales. El odio se fabrica su propio objeto”, escribe Emcke en el prólogo de su ensayo.

 

De ahí muchas explicaciones del por qué se pasa del disentir con quien piensa diferente a tratar de aniquilarlo por completo, so pretexto de ser una amenaza o un peligro para los suyos (los que solo creen en el pensamiento único). Más cuando desde el poder el odio es un ejercicio cotidiano.

 

El nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, lanzó mensajes claros de integración, unidad y confraternidad para sus connacionales, que fueron bien recibidos por la comunidad internacional. Más allá de que los intereses de Estados Unidos están por encima de los de las demás naciones, el discurso de restauración debe leerse con cuidado: “Seguiremos adelante con rapidez y urgencia, porque tenemos mucho que hacer en este invierno de peligros y posibilidades. Mucho para reparar. Mucho para restaurar. Mucho para curar. Mucho por construir. Y mucho que ganar”.

 

Toda proporción guardada al contexto y trasfondo de un discurso de conciliación es el de Desmond Tutu en Sin Perdón No hay Futuro, libro en el cual nos recuerda que cuando Nelson Mandela tomó la presidencia de su país, tuvo de invitado de honor a su carcelero. Por eso, Tutu argumenta que la verdadera reconciliación no puede alcanzarse negando el pasado ni concentrándose solamente en lo que pasó, sino buscando la conciliación más por el futuro, a partir del perdón y la reconciliación.

 

No solo en Estados Unidos, sino en varias partes del mundo, las naciones enfrentan situaciones de desesperación y rabia colectiva por los abusos cometidos por sus partidos tradicionales y sus líderes, que están demasiado viejos y desgastados. Sin embargo, no todos los movimientos sociales tienden a ser más democratizadores, progresistas ni a promover sociedades más abiertas. Hay un proceso de envejecimiento acelerado, de descomposición sociopolítica y un deterioro del debate público alimentado por el odio y la resistencia a perder el control de la agenda pública.

 

Las junglas de las llamadas redes sociales en México, por ejemplo, este fin de semana en que se anunció que el presidente está contagiado por covid-19, es ejemplo claro de lo que hablamos.

 

El odio solo se combate rechazando su invitación al contagio. Es necesario activar lo que escapa a quienes odian: la observación atenta, la diferenciación constante y el cuestionamiento de uno mismo, nos pide Carolin Emcke,

 

“La respuesta a nuestros problemas actuales no puede quedar relegada sencillamente a los políticos, ya que todos somos responsables de luchar contra todas las formas cotidianas de desprecio y denigración. La democracia solo es posible si tenemos el valor de enfrentarnos al odio”.

 

Explica la autora que “el odio se mueve hacia arriba o hacia abajo, su perspectiva es siempre vertical y se dirige contra «los de allí arriba» o «los de allí abajo»; siempre es la categoría de lo «otro» la que oprime o amenaza lo «propio»; lo «otro» se concibe como la fantasía de un poder supuestamente peligroso o de algo supuestamente inferior. Así, el posterior abuso o erradicación del otro no solo se reivindican como medidas excusables, sino necesarias. El otro es aquel a quien cualquiera puede denunciar o despreciar, herir o matar impunemente.”

 

Finalmente, para aterrizar a nuestro país, hay que apuntar que la estridencia, mezquindad y la visceralidad con que se maneja el nivel de la competencia político-electoral, impiden mirar más allá de las elecciones, más allá de la pandemia y más allá de la herencia generacional que dejará la clase política. Pocos actores dan seguimiento a los temas prioritarios para el proyecto democratizador y de fortalecimiento institucional que requiere el país.

 

El diálogo como posibilidad tiene que comenzar a fluir, de otra forma difícilmente podremos superar una crisis que impacto multifactorialmente en la economía, el empleo, la educación, las relaciones sociales y personales. 

 

Mientras el discurso del odio fluya en los dos extremos del espectro político nacional, el proyecto democrático de México tendrá que esperar otro prolongado periodo hasta que llegue, ahora sí, un efectivo reconciliador nacional.

 

Contacto: feleon_2000@yahoo.com