
Entre la robótica, la inteligencia artificial y la pérdida de la fe en las instituciones, los jóvenes de hoy están reescribiendo las reglas del consumo, el trabajo y el riesgo.
La generación Z, también conocida como Gen Z, es quizás la más sacudida por el entorno global actual. No solo enfrenta la disrupción tecnológica de la inteligencia artificial, sino que también vive el desgaste acelerado de las instituciones tradicionales y su relación con la sociedad.
Este fenómeno es evidente en Estados Unidos, pero ya empieza a notarse en el consumidor mexicano. Y la implicación más brutal es la muerte del concepto de progreso continuo. Ese viejo sueño donde estudiar, trabajar y formar un patrimonio garantizaba una vida estable se está desmoronando.
En el libro In This Economy?: How Money & Markets Really Work (2024) de Kyla Scanlon es de las primeras en hablar de la problemática social, explica como el modelo de educación lineal —primaria, secundaria, universidad, empleo, casa y familia— ya no asegura nada. Antes, era suficiente con seguir esa ruta industrializada para lograr estabilidad. Hoy, la Gen Z ve que ese sueño se desvanece. Esto transforma su percepción del riesgo y cambia las reglas de la mercadotecnia.
Ahora, los jóvenes navegan entre dos polos: por un lado, la obsesión por empleos seguros y estables que aseguren un ingreso constante; por el otro, la atracción hacia modelos de alto riesgo, como el contenido viral, las criptomonedas o las apuestas digitales.
No es casualidad que muchos jóvenes sueñen con convertirse en influencers o celebridades digitales. La razón es simple: un solo post viral puede generar más dinero que un año completo en un empleo tradicional. Sin embargo, el mismo ecosistema que promete riqueza inmediata puede destruir carreras en segundos. Un error, un mal comentario o un video desafortunado puede aniquilar esa fuente de ingresos.
Esto confirma las teorías que explican la dualidad de la generación Z: extrema aversión al riesgo en algunos casos y adicción total al riesgo en otros.
Pero hay más. La Gen Z no solo lidia con la IA y la desaparición de trabajos. La verdadera revolución es la robótica. Tan solo en 2023, más de 44,000 fábricas en Estados Unidos adquirieron robots. Esta cifra va en aumento. Empresas como Figure.ai reportan que su producción ya está vendida por completo a fabricantes automotrices y otras industrias.
Mientras los autos autónomos tardarán en masificarse por la vigilancia pública, los robots industriales operan en silencio. Nadie los ve, pero sus efectos son contundentes: menor consumo de energía, menos trabajadores, reducción en la demanda de servicios básicos como sanitarios. Esto redefine la estructura misma de la economía.
Antes, las carreras STEM parecían el camino seguro para las nuevas generaciones. Hoy, ni eso garantiza estabilidad. En tres años, los avances en IA y robótica han erosionado el valor de esas profesiones.
La generación Z será clave en los próximos años. No solo por su rol económico, sino por su peso político. Ellos elegirán a los nuevos líderes y exigirán a las instituciones que cumplan promesas que ya no se pueden sostener.
Para las marcas, esta generación representa un reto monumental: son nativos digitales, con una baja tolerancia a la fricción en el consumo. Comprar, investigar, pedir comida o resolver dudas es cuestión de segundos. Sin embargo, siguen enfrentando barreras gigantescas para acceder a vivienda o transporte.
Son, en esencia, una generación bisagra. Cambiarán la relación entre gobierno y ciudadanos. Harán que las instituciones rindan cuentas. Y, con ello, transformarán la economía, la política y, por supuesto, la mercadotecnia.