Para seguir dándole rienda suelta a sus constantes simulaciones, el Presidente Andrés Manuel López Obrador podría en próximas horas anunciar su renuncia al partido Morena que él creó y fundó, intentando con eso dejar claro que él no será -como ha venido insistiendo- el fiel de la balanza en dicho proceso, para hacer creer a ilusos que es auténtico su desprendimiento a tal decisión.
Lo cierto es que nadie podría regatear a quien ejerce el poder presidencial, determinar quién debe a su juicio darle continuidad al proyecto de su propia sucesión, que es quizás, el momento de reflexión más importante de su vida.
Sin embargo, si quien en este caso comprometió ese momento, esa decisión con un determinado personaje años antes para recibir en reciprocidad su apoyo en su presente y no cumple, podría generar un grave conflicto por faltar al acuerdo de caballeros, por romper una promesa hecha entre hombres a cabalidad.
Esa situación sucedió con el actual Presidente López Obrador y Marcelo, quien años atrás declinó a su aspiración, dio marcha atrás, para dejar pasar al tabasqueño, aún y cuando su aceptación y presencia eran mayores a las de aquél, pero lo hizo con el compromiso real y formal de que en su oportunidad, Ebrard Casaubón sería el sucesor indiscutible, si daba todo el apoyo a la plataforma política que el hoy polémico Mandatario entonces impulsaba.
Ahora esa promesa tiene al de Macuspana en un dilema difícil de evitar, de romper, de ignorar, porque el resultado podría ser catastrófico para su proyecto de continuidad, aún y cuando él se sabe sumamente poderoso y por ello se dice a sí mismo que nadie le puede imponer condiciones y menos retar, pero la palabra está empeñada.
Así sucedió en su tiempo con Carlos Salinas de Gortari y Manuel Camacho Solís, cuando en su juventud se prometieron lealtad mutua y que quien llegara a la Presidencia, le otorgaría la estafeta de la misma al otro, y todos conocimos las consecuencias de esa brincada o cancelada decisión.
Luego de eso el gobierno de Salinas jamás logró equilibrio y su sucesor -producto del asesinato de Colosio- metió al bote a su hermano, cosa que jamás habría hecho Camancho Solís.
Marcelo Ebrard Casaubón es la mejor carta que tiene Morena para triunfar, porque es el más preparado, mesurado, experimentado y conocido de sus colaboradores, por lo que no debe menospreciar su valor y peso, con todo y que es él, el Presidente, quien toma TODAS las decisiones.
Entonces Andrés Manuel López Obrador o apechuga y cumple su compromiso, -atendiendo sus postulados de no robar, no mentir y no traicionar- o se sacude de la presión que ello ejerce, con los riesgos que podría arrastrar tal decisión.
Lejos está de ser una sucesión tersa y llena de acuerdos y compromisos de quienes con él, ostentan el poder de la actual administración, y pronto se verán las consecuencias de sus decisiones.
López Obrador es humano. No es infalible. Se puede equivocar, y si se equivoca puede tener delicadas consecuencias.
Ricardo Monreal Ávila será sustituido en el Senado por Alejandro Rojas Díaz Durán, pero habrá qué ver quién asume la responsabilidad del liderazgo de Morena en la Cámara Alta y la Presidencia de la Coordinación Política; por su parte Claudia Sheimbaum seguramente entregará la responsabilidad a a Martí Batres, que por fin gobernará la capital del país aunque sea por unos meses.
En el caso de Adán Augusto López Hernández, Andrés Manuel López Obrador podría darle la responsabilidad de la Secretaría de Gobernación a su añejo amigo, Alejandro Encinas -para tenerlo tranquilo-, y en la cancillería, tiene opciones entre Esteban Moctezuma Barragán -cercano a Marcelo- y Juan Ramón de la Fuente.
Lo importante para el Presidente Andrés Manuel López Obrador será tener el país en calma en su sucesión, y que no continúe la división, la crispación, el encono, la violencia, la polarización y los desencuentros entre sus más importantes colaboradores, dentro de los que saldrá su seguro sucesor.
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