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Polizón bereber: una estrella española del ultrarunning

por Redacción
30-10-2021

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Cuando se acercaba la medianoche del 31 de diciembre de 2006, en España la mayor parte de la gente se preparaba para celebrar el Año Nuevo. Zaid Ait Malek pasó la noche evadiendo a la policía.

Él y su primo acababan de completar una travesía en ferry de cinco horas desde Marruecos escondidos dentro de un camión. Habían logrado no ser detectados y tras pisar suelo europeo por primera vez, su suerte parecía agotarse.

Desde su infancia, en las tierras de las montañas del Atlas, Ait Malek había sido un corredor fuerte. Esa noche de diciembre de 2006, su habilidad atlética marcaría la diferencia entre ser capturado y escapar.

Más tarde, se abriría para él un mundo completamente nuevo, que lo ayudaría a evitar la deportación del país que ahora llama su hogar.

Ait Malek pertenece a una familia de pastores bereberes nómadas, que viven en su mayoría cerca del pueblo de Oudadi, a unos 350 km tierra adentro desde Rabat, la capital marroquí.

Vivían en una jaima, una gran carpa de tela, y cada pocas semanas se trasladaban para que pastaran sus cabras.

Nacido en 1984, Ait Malek era el menor de seis hermanos y el único que iba a la escuela, pero cuando cumplió los 18 tuvo que salir a ganar dinero para la familia.

Comenzó a trabajar en obras de construcción a lo largo de la costa atlántica de Marruecos y ganaba alrededor de US$580 al mes. En 2006, comenzó a mirar hacia Europa.

Ese año se detectaron unos 40.000 migrantes irregulares que intentaban ingresar a España. Ait Malek, su hermano Said y su primo Mohamed, todos migrantes por razones económicas, estaban entre ellos.

Said y Mohamed también trabajaban en la construcción, pero pasaban gran parte de su tiempo libre monitoreando el puerto de Tánger, buscando la mejor manera de escabullirse a bordo de uno de los barcos que partían hacia España.

En la víspera de Año Nuevo, Mohamed convenció a Ait Malek para que se uniera a él en la entrada del puerto.

No se había planeado nada, pero cuando un taxi estacionó frente a un camión, Mohamed desapareció repentinamente.

Momentos después, Ait Malek lo escuchó gritar desde debajo de la camioneta: "Corre, hay espacio. Si no nos vamos ahora, nunca podremos cruzar".

Ait Malek corrió.

Aferrados a los cables debajo del camión, llegaron al puerto y luego al ferry. Sabían el riesgo que estaban tomando.

En un intento anterior, Said había sido capturado y golpeado brutalmente antes de ser liberado.

Una vez a bordo, Ait Malek y su primo se agazaparon bajo palés de madera dentro de un camión. Así estuvieron durante cinco horas, sin comida ni agua.

Cuando el ferry llegó a España y el camión partió hacia suelo español, la policía lo paró. Revisaron el cargamento. Los corazones de los primos se aceleraban mientras las linternas brillaban directamente sobre los palés.

No los vieron. Lo habían logrado.

Luego, el camión estuvo parado durante dos horas antes de que Ait Malek y Mohamed se atrevieran a salir sigilosamente. Vieron una señal que indicaba Málaga y empezaron a caminar por la carretera.

Después de unos 10 km se refugiaron en un paso subterráneo. Hacía frío y estaba oscuro, y se acurrucaron para tratar de dormir un poco. Cuando amaneció, siguieron caminando.

Un automóvil que venía en dirección opuesta empezó a reducir la velocidad al acercarse y a hacer parpadear las luces. Ait Malek se dirigió hacia él, pensando debían estar ofreciéndoles ayuda. Eran policías.

La huida

En un momento de pánico, cruzó rápidamente la carretera. Mohamed fue detenido tratando de escabullirse entre los arbustos.

Ait Malek se escondió. Agachado, inmóvil, al pie de un árbol, observó cómo el coche de policía que ahora llevaba a su primo se dirigía hacia él.

Saltó la valla que separaba los dos carriles, corrió sin parar. Mohamed y los policías se reían; todos pensaban que era ridículo siquiera intentarlo. Pero se escapó.

Ahora estaba solo, sin nadie a quien llamar para pedir ayuda, y no sabía ni una palabra de español. Gracias a tres encuentros casuales, se abrió camino hasta la costa andaluza.

Primero, alguien que hablaba en árabe lo llamó cuando llegó a una estación de servicio. Era una mujer marroquí la que dirigía la estación de servicio con su marido español. Le dieron comida y agua.

Poco después, se detuvo un coche de marroquíes. Lo llevaron a su casa en la cercana Estepona, le dejaron ducharse, le dieron algo de ropa y lo invitaron a quedarse más tiempo con su familia en la costa de Almería.

Unos días después, cuando llamaba a casa desde un teléfono público, escuchó un acento familiar en otra cabina. Pertenecía a un hombre de su aldea vecina, que ahora trabajaba en una granja que necesitaba más personal.

Ait Malek se despidió de sus anfitriones, les agradeció su hospitalidad y partió. Su nueva vida estaba esperando.

Nueva vida

Durante casi tres años, Ait Malek vivió en una granja a las afueras de Almería, junto a los invernaderos donde trabajaba.

Era un trabajo duro, recogiendo tomates y sandías y manteniendo los invernaderos, durante largas jornadas bajo el calor andaluz. A veces, se preguntaba si había hecho bien.

"Cuando lo pasaba mal, pensaba seriamente en hacer las maletas y volver a casa. Pero una vez que cruzas, no hay vuelta atrás", dice Ait Malek.

"La gente paga mucho dinero para cruzar o se pasa años intentándolo. Crucé a la primera y estaba teniendo oportunidades. Tenía que aprovecharlas".

En 2010, él y un amigo empezaron a trabajar recogiendo aceitunas en Baena, en el interior de la provincia de Córdoba. Fue allí donde finalmente comenzó a sentirse como en casa en España.

Tomaba lecciones de español, jugaba al fútbol con los lugareños y comenzó a correr. Eso lo conectó con los miembros del club de atletismo local, Media Legua Baena.

"Desde el momento en que lo conocimos, Zaid se destacó como un tipo tranquilo y reflexivo que valoraba cada oportunidad", dice el presidente del club, Jesús Morales. "También era un corredor rápido con muy buena resistencia física".

Ait Malek compartía apartamento con colegas, pero cuando se fueron después de que terminó la temporada de aceitunas, él decidió quedarse.

Inicialmente, dormía en un refugio temporal proporcionado por la Cruz Roja de Baena, antes de que los miembros de Media Legua le ayudaran a conseguir y amueblar su propio apartamento.

También lo ayudaron a participar en las carreras locales, proporcionándole equipo y cubriendo las tarifas de inscripción y los gastos de viaje.

"El club lo ayudó en todo lo que necesitaba, para demostrar que era uno más de la familia Media Legua", agrega Morales.

Ait Malek comenzó a ganar premios en metálico en las carreras locales, lo que complementaba sus ingresos por la recolección de aceitunas.

Media Legua luego lo ayudó a obtener una beca para atletas en el ayuntamiento y, lo que es más importante, un permiso de residencia en 2012.

Ait Malek ayudó a entrenar a los niños locales en el club con Carlos Chamorro, quien le sugirió que intentara correr por la montaña. Eso le ayudó a "recordar mi infancia, que la montaña era mi mundo".

Pronto Chamorro tenía otra carrera en mente para su nuevo amigo.