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Los Tocables Cría CNTE y te sacará los ojos

por Héctor Guerrero
30-05-2025

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En política, pocas lecciones son tan dolorosas como aquellas que uno mismo cultiva. La Cuarta Transformación, heredera de la bandera magisterial de “justicia y dignidad”, se encuentra ahora con una verdad incómoda: la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), a quien se le restituyeron privilegios, poder y voz, ha vuelto a las andadas. 

Esta vez no contra gobiernos neoliberales ni conservadores, sino contra el mismo movimiento que la rescató del margen. Hoy, con Claudia Sheinbaum como presidenta de México y Mario Delgado como secretario de Educación Pública, la CNTE se planta frente a Palacio Nacional como si nada hubiera cambiado… o como si nada fuera suficiente.

Los antecedentes son conocidos. En 2013, bajo el gobierno de Enrique Peña Nieto, la reforma educativa impulsada como eje del Pacto por México estableció evaluaciones obligatorias para los maestros, concursos para promociones y un intento de recuperar la rectoría del Estado sobre el sistema educativo. La CNTE se alzó como oposición frontal. “Esa reforma nos trata como burócratas, no como educadores”, decía Rubén Núñez, entonces líder de la Sección 22. Con bloqueos, plantones y paros, la Coordinadora se convirtió en sinónimo de resistencia. La narrativa caló: eran los últimos defensores de la educación comunitaria, según sus propias palabras.

En 2019, apenas unos meses después del arranque del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, la reforma de Peña fue derogada. La SEP, entonces encabezada por Esteban Moctezuma, promulgó una nueva reforma con el respaldo de Morena, eliminando las evaluaciones estandarizadas y abriendo de nuevo espacios para la participación sindical. “Nunca más una reforma sin los maestros”, sentenció AMLO el 15 de mayo de ese año. La CNTE celebró. “Es un logro histórico del magisterio combativo”, dijo Pedro Gómez Bahamaca, dirigente de la Sección 7 de Chiapas. Pero el idilio duró poco.

Desde entonces, la CNTE volvió a lo que mejor sabe hacer: protestar, exigir, tensar la cuerda. Incluso en plena pandemia, descalificó las medidas federales para el regreso a clases, se negó a implementar plataformas digitales y exigió pagos extraordinarios. En 2023, con Leticia Ramírez Amaya como titular de la SEP, la Coordinadora realizó paros escalonados, tomas de oficinas y bloqueos para reclamar basificaciones, restitución de plazas y control sobre los procesos de asignación. El gobierno respondió con mesas de diálogo. Pero cada mesa se convirtió en un ultimátum.

Hoy, con Sheinbaum en la presidencia y Delgado en la SEP, el ciclo se repite. El 15 de mayo de 2025, Día del Maestro, mientras la presidenta hablaba de una nueva era educativa basada en ciencia, equidad y transformación curricular, la CNTE cercaba instalaciones federales, tomaba la SEP en Oaxaca, marchaba en la Ciudad de México, y anunciaba un paro nacional indefinido si no se cumplía su pliego petitorio. Entre sus exigencias están: aumento salarial de emergencia del 100%, reinstalación automática de cesados por la anterior reforma, cancelación del USICAMM, asignación directa de plazas a normalistas y control sindical de procesos administrativos.

“Nosotros no negociamos, exigimos. No venimos a pedir permiso para existir, venimos a tomar lo que es nuestro”, declaró tajante un representante de la Sección 22 durante la última concentración frente a la SEP. La postura del nuevo gobierno ha sido, hasta ahora, conciliadora. “El diálogo es la vía”, declaró Mario Delgado en conferencia de prensa. Pero la CNTE no está interesada en el diálogo si no obtiene, de entrada, el resultado que busca. En su lógica, todo acuerdo que no les favorece por completo es traición.

La paradoja es grotesca. El movimiento político que abrogó la reforma educativa neoliberal, que reinstaló a miles de docentes, que redignificó el papel del maestro rural y que entregó presupuestos millonarios a las secciones históricas de la CNTE, está ahora siendo tratado como enemigo. “Le dimos el voto a este gobierno y ahora nos da la espalda”, gritaban los manifestantes frente al Palacio de Cobián. Y la respuesta gubernamental, temerosa del costo político, ha sido: reabrir mesas, revisar pagos, y ceder… una vez más.

El problema es sindical y  estructural. La CNTE ha forjado durante décadas una cultura política que no responde a la lógica del acuerdo, sino a la del chantaje. Su base movilizada funciona como presión constante. Y su liderazgo ha aprendido que la táctica de la ocupación permanente es rentable: mientras más caos generan, más concesiones obtienen. ¿Cuál es el límite? Nadie lo sabe. Pero está claro que el gobierno de Sheinbaum enfrenta ya su primera gran contradicción interna: cómo frenar a una bestia que su propio movimiento alimentó.

No se trata de minimizar las condiciones laborales del magisterio. Los salarios siguen siendo bajos, las escuelas rurales están olvidadas, y la profesionalización sigue pendiente. Pero tampoco se puede ignorar que la CNTE ha hecho del privilegio un derecho adquirido. En lugar de construir, destruyen; en lugar de reformar, extorsionan. Y ahora, con un gobierno que se declara heredero del magisterio combativo, la Coordinadora actúa como si tuviera derecho a dictar la política educativa nacional.

La presidenta Sheinbaum, científica y estructurada, parece no haber previsto esta tormenta temprana. Y Mario Delgado, , enfrenta un dilema: o cede y pierde autoridad desde el día uno, o impone orden y despierta una insurrección sindical. Ninguna opción es fácil. Pero ambas definirán el rumbo del sexenio en materia educativa.

Porque al final, todo gobierno cosecha lo que siembra. Y la 4T, en su afán de corregir las “injusticias neoliberales”, dejó la puerta abierta a una CNTE sin límites, sin reglas y sin lealtades. La moraleja, para el nuevo régimen, está servida: cría CNTE… y te cubrirás los ojos antes de que te los saque.


Tiempo al tiempo.

@hecguerrero