logo
header-add

Kast obtiene la presidencia de Chile con promesas sobre migración y delincuencia

por Redacción
14-12-2025

Comparte en

Una hora y 20 minutos después del inicio del conteo de votos en Chile, la ciudadanía ya sabía que el ganador era el ultraderechista José Kast. En ese breve lapso, el Servicio Electoral había ya procesado más de la mitad de los votos y dejado en evidencia una tendencia irremontable a favor del aspirante del Partido Republicano. En una región donde pueden pasar días sin que se sepa quién ganó las elecciones, el milagro electoral chileno es digno de aplaudirse.

Dicho esto, es preciso analizar los resultados. La paliza sufrida por el actual oficialismo es una señal de hastío ciudadano, que vio en la propuesta de un "gobierno de emergencia" planteada por Kast durante la campaña una posible salida a problemas que aquejan a los chilenos, a saber: una elevada sensación de inseguridad (que no se condice con las cifras verificables de delitos, que están por debajo del promedio latinoamericano), una migración descontrolada que en pocos años cambió el rostro del país, y una economía que avanza demasiado lento y no alcanza a satisfacer las expectativas de una clase media que exige mejoras que el Estado no puede ofrecer.

Retorna la ultraderecha

Al frente, Jeannette Jara, una candidata con la biografía perfecta (hija de la educación pública, de familia de esfuerzo y de hogar de clase media-baja) y las habilidades blandas necesarias pero que, aun cuando ganó en buena lid la primaria de la izquierda y la centroizquierda, nunca pudo quitarse de encima el peso que significa en Chile ser militante del Partido Comunista. Puestos a elegir entre la ultraderecha y el comunismo devenido en socialdemocracia que ofrecía Jara, casi el 60 por ciento de los votantes optó por lo primero. Se rompió así un tabú que duraba desde el fin de la dictadura de Augusto Pinochet, y nuevamente la ultraderecha llevará las riendas del país.

La buena noticia es que, en este escenario plagado de extremos, el futuro gobierno tendrá que moderar sus expectativas y su discurso, porque si bien su aplastante triunfo podría hacer que alguno se ilusione con la posibilidad de pasar la aplanadora sobre la oposición, la verdad es que el Parlamento está bastante equilibrado y la necesidad de negociar acuerdos obligará a sentarse en una mesa y empezar a ceder. En ese ejercicio, democrático y necesario, los extremos pierden filo y el rumbo tiende a centrarse por la fuerza de los hechos. 

Un voto de malestar

En la derecha, ahora, queda el desafío de no marearse con el resultado y de asumir que buena parte de la votación que obtuvo Kast no es propia. Es, más bien, un voto de malestar. En 2019, esa rabia explotó por la vía de la protesta. Estalló en la calle, con piedras y destrucción. Seis años más tarde, esa salida, considerada hoy por una parte importante de la ciudadanía como una expresión de incivilidad que no debe repetirse, fue reemplazada por el poder del voto. Lo que ha dicho la ciudadanía es que requiere medidas contra sus preocupaciones más urgentes, y medidas que tengan efectos inmediatos.

El gran peligro de esta exigencia, y especialmente de la oferta de campaña de satisfacer ese tipo de demandas que, en realidad, requieren de un trabajo de largo plazo que no tendrá efectos visibles en los próximos meses, es que el malestar vuelva a quedar sin respuesta y una parte de la población se sienta tentada a tomar nuevamente las piedras. Evitar ese renacer de la rabia será parte importante de la labor del nuevo presidente.

La democracia prevalece

La izquierda y la centroizquierda, en tanto, tendrán que reflexionar sobre qué políticas adoptadas como banderas propias resultaron fallidas. Cuánto de mala comunicación de los logros explica la debacle, cuánto de preocuparse más de legislar en beneficio de nichos minoritarios y olvidarse de preocupaciones de amplios segmentos de la población tiene que ver con la pérdida de arraigo en zonas del país donde siempre fueron mayoría.

"La fiesta de la democracia" se dice en Chile, en tono solemne, cuando hay procesos electorales. El orgullo por la democracia en un país que careció de ella por casi dos décadas no se basa solo en una eficiente y veloz entrega de los resultados, sino también en el respeto de tradiciones que se consideran republicanas y que hablan de una élite política que, pese a todo, mantiene cierta altura: la candidata perdedora ya saludó al vencedor, el presidente electo ya habló por teléfono con el presidente en ejercicio y acordaron reunirse personalmente. Si miramos el estado de la política internacional y lo que ha pasado en otros países de la región, realmente lo que tiene y cuida Chile no es poco.

Lo recalcó el presidente Gabriel Boric en su conversación con Kast, transmitida en directo por televisión a todo el país: "Chile es más grande que usted y yo".

(gs)DW