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Hacienda y su lucha contra la incertidumbre: el paquete económico 2021

por Vanessa Rubio Márquez
09-09-2020

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Se le conoce al “paquete económico” como la suma de los Criterios Generales de Política Económica, que son las principales variables y expectativas sobre las cuales se hace la planeación hacendaria del país.

 

 

Se le conoce al “paquete económico” como la suma de los Criterios Generales de Política Económica, que son las principales variables y expectativas sobre las cuales se hace la planeación hacendaria del país; la Ley de Ingresos de la Federación (LIF); y el Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF). Por ley, se presentan en septiembre y debe estar todo aprobado en su conjunto a más tardar el 15 de noviembre del año en curso (primero LIF y luego PEF). En el argot, se le conoce como “carátula” a las láminas que sintetizan las principales variables económicas esperadas por Hacienda, con las que hacen las proyecciones de finanzas públicas para el año siguiente, es decir, el 2021, que en esta ocasión son: crecimiento del PIB de +4.6%, precio de la mezcla petrolera de 42.1 dólares por barril, una plataforma petrolera (producción) de 1.8 millones de barriles diarios y un tipo de cambio promedio de 22.1 pesos. Por su parte, se estima un déficit presupuestal de -2.9, igual al que esperan para 2020, cuando el aprobado por el Congreso fue de 2.1%, es decir, tendrán un déficit mayor de al menos 0.8%.

 

Para la Secretaría de Hacienda de este gobierno, sus paquetes económicos han sido en extremo complejos por la falta de un elemento clave: credibilidad. Aquí algunos datos: en 2019 anticiparon un crecimiento económico de +2.5% y acabamos creciendo -0.3%. Este año calcularon que íbamos a crecer +2.0% y nuestra economía tendrá su peor desplome histórico, esperado por los mercados en al menos -10%.

 

Uno de los pilares de los compromisos económicos de esta administración era no aumentar la deuda; sin embargo, habremos pasado de 44% como porcentaje del PIB en diciembre de 2018, a 55% este año y algunos analistas aseguran que puede llegar a cerca del 60%. Es decir, un aumento de al menos 11% dado sobre todo el menor crecimiento económico, pero también un aumento de la prima de “riesgo México” al haber tenido bajas de calificación crediticia tanto el soberano (país), como Pemex en más de una ocasión. En el paquete económico hablan de “continuar controlando y estabilizando la trayectoria de la deuda”, cuando ya dejamos de tener superávits primarios y el déficit ha sido mayor al esperado año con año. Asimismo, se solicita al Congreso la autorización de un monto de endeudamiento interno neto de 700 mil millones de pesos, y uno externo de 5,200 millones de dólares.

 

 

Si bien mucho de este deterioro económico y fiscal es reconocido por la Secretaría de Hacienda en el paquete económico que se presentó ayer 8 de septiembre, también es cierto que sigue faltando el elemento central del que hablábamos: confiabilidad. ¿Por qué los actores económicos y los legisladores habrán de creer en los números y expectativas de Hacienda cuando van dos años consecutivos que erran (y no por poco) en sus previsiones económicas? Van dos años que no calculan adecuadamente crecimiento de la economía, pero tampoco el Saldo Histórico de los Requerimientos Financieros del Sector Público (RFSPs) que es la deuda en su sentido más amplio, ni han tenido un cálculo correcto de los ingresos que debería haber tenido el estado mexicano para hacer frente a los gastos programados sobre todo en áreas neurálgicas como la salud, la educación, la infraestructura o la agricultura.

 

¿Por qué o bajo qué premisas objetivas, en el año de mayor riesgo y volatilidad, ahora sí habrían de materializarse las expectativas del paquete económico? Derivado justamente de esta inédita incertidumbre causada por factores externos, pero también, y hay que subrayarlo, en gran medida por los de origen interno, es justamente que Banco de México por segunda ocasión en un informe trimestral, se ve imposibilitado a calcular con exactitud el crecimiento económico esperado en el año y terminó por darnos tres escenarios posibles: -8.8%, -11.3% o hasta -12.8% para este año y sus cálculos para el 2021 también tienen tres rangos según el tipo de letra del abecedario: afectación tipo “V”, crecimiento de 4% a 5.6%; afectación tipo “V profunda”, crecimiento de 4.1% a 2.8% y afectación tipo “U”, crecimiento de -0.5% a 1.3%. Lo que Banco de México no menciona es que también puede haber otra desafortunada letra del abecedario que es la “L”, donde se da una caída muy pronunciada y una temporada de prácticamente un estancamiento económico, que no es imposible que ocurra. Es negativa, pero no es irreal esta premisa: siempre todo se puede poner peor y no mejorar de la manera súbita en la que se espera.

 

La tasa de crecimiento del PIB planteada por Hacienda para 2021 en los Criterios Generales de Política Económica es de 4.6%, lo que se antoja poco probable y nuevamente y por tercer año consecutivo, demasiado halagüeña dado el contexto. Por contexto debe uno entender la incertidumbre generada de manera reiterada en México para la inversión privada nacional y extranjera, derivada de políticas que cambian arbitrariamente el estado de derecho, las decisiones de política y las prioridades. También debe uno concebir en esta ecuación, la situación actual de pandemia y crisis global que están dejos de resolverse de manera definitiva y amenazan con intermitencias; mutaciones virales y de cepas; y en la parte económica y social, con el cierre definitivo de empresas, pérdida de empleos; millones de nuevas personas en situación de pobreza; y en la parte financiera, la obligada transformación de la crisis de liquidez en diversas crisis de solvencia de mayor y menor escala, y de mayor y menor sistematicidad que aún estamos por ver.

 

Este año nos “salvaron” 3 elementos, a los que posiblemente puede adicionarse un cuarto (Remanentes de Operacion de Banco de México, que en su caso se conocerán hacia fines de año). Estos fueron los tres “colchones” que se dejaron funcionando desde la administración pasada y que han servido para “ empeorar menos” tanto el año pasado como éste: 1) El Fondo de Estabilización de Ingresos Presupuestarios (FEIP), que existe desde el 2000, la administración que terminó en 2012 lo dejó con 17 mil millones de pesos y la anterior con 280 mil millones de pesos, que seguramente acabarán por esfumarse este año ; 2) El Fondo de Estabilización de Ingresos de las Entidades Federativas (FEIEF), que se creó en 2006 con recursos del Fondo Mexicano del Petróleo y de los excedentes federales a fin de que cuando cayera el crecimiento económico, y por ende cayeran los ingresos y las participaciones a estados y municipios, éstas pudieran ser compensadas. En diciembre de 2018 contaba con un saldo de 92 mil millones de pesos y el año pasado al cierre quedaban 60 mil millones. Este año, de igual forma, seguramente acabarán por terminarse los recursos; y finalmente, 3) Los Fideicomisos públicos, donde se modificaron leyes y reglamentos este año para que Hacienda pudiera “recoger” los fideicomisos públicos “sin estructura orgánica”, es decir aquellos que no tienen obligaciones jurídicas-contractuales presentes y futuras, como los flujos de recursos o financiamientos. De este proceso, se esperaba obtener hasta 180 mil millones de pesos, aunque muchas de las absorciones están siendo litigadas.

 

Estas han sido y siguen siendo las difíciles batallas de la Secretaría de Hacienda. Insisto que han hecho lo que en los márgenes les ha permitido el sistema y la administración en su conjunto, más no en lo amplio de su mandato y capacidades. México hasta el año pasado era la 15va economía del mundo (entre 194 países), somos grandes, diversos y dinámicos; con retos enormes, pero sin lugar a dudas con talento y competencia; con reservas internacionales, con un sistema financiero bien capitalizado y bien regulado; con una línea de crédito contingente con el Fondo Monetario Internacional justamente para estas situaciones; con un Banco Central autónomo, experimentado, capaz y prudente. Los recortes que más que austeridad se convierten en un austericidio inaudito de la administración pública y no han sido ni serán suficientes dado el boquete del crecimiento económico. No hay duda del camino correcto: recuperar la senda del crecimiento económico a costa de cambiar el rumbo de las políticas públicas clave. Eso o el precipicio, con sus enfermos, sus desempleados y sus pobres.


Publicada en Forbes