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El Crack del 29: cómo ocurrió la peor crisis en la historia de Wall Street

por Redacción
30-10-2021

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El jueves 24 de octubre de 1929, Wall Street, una calle estrecha en el extremo sur de la isla de Manhattan, en Nueva York, estaba inusualmente copada de gente.

El edificio más importante de la calle, la Bolsa de Valores de Nueva York, no abría sus puertas hasta las 10 de la mañana, pero ya se habían congregado allí grandes multitudes.

Esto no era una buena noticia. No se trataba de una fiesta o un desfile. Por el contrario, la atmósfera estaba llena de preocupación, miedo y pánico.

En la última hora de negociación de la tarde anterior, el mercado financiero se había desplomado, con 2,6 millones de acciones vendidas en una caótica oleada de negocios.

La visible preocupación en las calles del bajo Manhattan, la mañana siguiente, era comprensible.

El mercado mantuvo su espiral descendente durante el resto de esa semana y la siguiente.

El lunes, la bolsa cayó un 12.8%. El martes -un día que pasaría a conocerse como el Black Tuesday (Martes Negro)-, se registró una caída adicional del 12%.

Los que se habían reunido el jueves anterior para mostrar preocupación ahora estaban abatidos y destrozados.

Como informó el diario The New York Times, la sensación de resignación en Wall Street, con la realidad de la ruina financiera personal, era omnipresente.

"No había sonrisas. Tampoco había lágrimas. Solo la camaradería de los compañeros que sufren. Todos querían decirle a su vecino cuánto habían perdido. Nadie quería escuchar. Era una historia demasiado repetitiva", se leía en el periódico.

Nadie podría afirmar haber previsto lo que ocurrió durante esos seis días, en octubre de 1929.

Durante varios años, EE.UU. había tenido una buena racha.

A diferencia de las otras naciones industriales, que después de la Primera Guerra Mundial sufrieron daños graves o estuvieron a punto de estallar económicamente, EE.UU. emergió relativamente indemne, financieramente hablando, gracias a su entrada tardía en la guerra.

La siguiente década vio una tremenda transformación, tanto industrial como cultural, de costa a costa.

El precio del algodón estaba alto. "Los empleos eran abundantes y los sueldos crecieron constantemente", recordó la periodista financiera de Wall Street Karen Blumenthal.

"La década de 1920 no solo cantó al ritmo del jazz y bailó al compás del Charleston. Rugió con la confianza y el optimismo de una era próspera".

Durante "los locos años veinte", industriales y banqueros se convirtieron en héroes de la nación, además de ser admirados por las riquezas que habían creado.

Y el estadounidense promedio tenía una pequeña fortuna propia. Fue Charles Mitchell, el presidente del National City Bank -y, por ende, una de estas figuras admiradas-, quien permitió el acceso a tal prosperidad.

Mitchell se inspiró en el éxito de los "bonos de libertad", que se habían emitido al público durante los últimos dos años de la Primera Guerra Mundial como una forma de financiar el esfuerzo de guerra aliado.

Promovido por íconos culturales como Charlie Chaplin y Al Jolson, el público, al ver ese desembolso como un deber patriótico -especialmente cuando obtenían hasta un 4,25% de interés-, se introdujo así en la noción de la inversión.

Aunque eran suscritos por el gobierno, el éxito de los bonos de libertad significaba que, al menos para la opinión pública, poner los ahorros en acciones y participaciones en el mercado financiero se consideraba respetable, cuando hasta entonces se había considerado un riesgo.

Mitchell abrió oficinas de corredores en todo el país para satisfacer y alentar aún más esta incursión en el mercado de valores.

A mediados de la década de 1920, tres millones de estadounidenses eran dueños de acciones, seducidos por la atracción magnética de enriquecerse de una manera tan sencilla.

El mercado estaba en ascenso. Por ejemplo, si un inversionista compraba acciones en la cadena de tiendas Montgomery Ward o en la empresa de servicios públicos General Electric en marzo de 1928, vería que su dinero se duplicaba en solo 18 meses.

La fiebre del oro fue irresistible, incluso para hombres de negocios conservadores y previamente firmes.

"El mercado estaba encantado", dice Blumenthal, "parte de un momento próspero y emocionante que parecía continuar por siempre. Políticos, profesores y empresarios proclamaron que esta era una nueva era, donde los viejos altibajos ya no aplicaban".